Es evidente que una de las principales trabas con las que se encuentran los estudiantes de español, o de cualquier otra lengua, es la dificultad de hacerse con reglas inmutables y seguras. Los profesores nos esforzamos por sintetizar y sistematizar la gramática y el vocabulario, pero constantemente surgen aquí y allá las impertinentes excepciones. Para ellos resulta desalentador.
Por otro lado, es muy habitual que aconsejemos a nuestros alumnos que acudan a fuentes primarias de información, que lean, vean la televisión. Y ahí el panorama es desolador para ellos: errores, coloquialismos, préstamos, neologismos… Sienten que casi nada de lo que han aprendido les sirve. Aprovecho para denunciar el tremendo desdén que la mayoría de los comunicadores españoles muestran no solo hacia nuestra propia lengua, sino hacia las demás, afirmando casi con orgullo cosas como que «el inglés no es lo suyo», cuando eso debería ser motivo de vergüenza.
Sin embargo, creo que en gran parte la culpa la tenemos los propios profesores. Me explico. No es nada extraño que, en nuestro afán por hacer las cosas algo más asequibles, caigamos en el error de simplificar. Lo hacemos con frecuencia cuando damos ejemplos que escapan de nuestra «explicación ideal» y entonces nos resulta muy cómodo y fácil recurrir a la consabida expresión de «eso es una excepción».
Que hay excepciones, por supuesto que las hay, pero quizá si damos con una manera diferente de explicar algo, su número se vea reducido al nivel de anécdota. Además, no hay que confundir excepcionalidad con irregularidad. Como profesionales de la enseñanza de la lengua, uno de nuestros primeros deberes tendría que ser el trabajar cada día nuestro amor hacia la misma lengua. ¿Cómo? Conociéndola mejor, estudiándola, reflexionando sobre ella y sobre sus mecanismos.
Dejo de teorizar y pongo un ejemplo. En la inmensa mayoría de manuales de español se dice que el verbo ser se utiliza para características que no cambian, mientras que el verbo estar es para características temporales. Esta es la típica explicación que lo que hace es tratar de describir un fenómeno a la luz de la frecuencia de su uso. Sin embargo, esta explicación hace aguas por muchos flancos. Además, no refleja exactamente la realidad de lo que se comunica. Por ejemplo, en la frase «Esa chica es joven», la característica de «joven» es evidentemente algo que sí cambiará, que no es inmutable; en la frase «Mi abuelo está muerto», la característica de «muerto» no es temporal, mal que me pese. Después de muchos años, llegué a la conclusión de que las características que decimos con el verbo ser son aquellas que sirven para hacerse una representación mental del sujeto, mientras que aquellas que decimos con estar son fruto de un accidente, consecuencia de una acción explícita o implícita. Volviendo al ejemplo, si digo «Justin Bieber es joven» es porque en el esquema mental que me sirve para saber de quién hablo, «joven» es una característica de Justin Bieber, aunque sepa que dentro de unos años ya no lo será; si digo «Mi abuelo está muerto», es porque se trata del resultado de «morirse».
Con ejemplo trato de explicar uno de mis cambios en mi manera de explicar un fenómeno gramatical. Quizá no todos tengan explicaciones tan sencillas (por cierto, desde que lo explico de este modo, mis alumnos tienen muchos menos problemas con el par ser/estar). El caso del origen de las irregularidades verbales sería un ejemplo de fenómeno que es innecesario explicar a nuestros alumnos, además de ser difícil de hacer sin conocimientos de gramática histórica. Sin embargo, es sencillo presentarlo en forma de esquema. Si en lugar de mostrar con cuentagotas ejemplos de verbos irregulares en presente les presentamos una sistematización de las irregularidades que sufren (que no son más de 8), se darán cuenta de que dentro del aparente caos de la lengua española hay cierto orden. Además, siempre podemos recurrir a echarle la culpa al latín.
Por otro lado, creo que algo que sería de gran ayuda para los alumnos es un cambio de nuestra actitud. Si en lugar de hablar de «excepciones» hablamos de «peculiaridades», los fenómenos complejos adquieren otra tonalidad menos agresiva. No es lo mismo decir que el masculino es con «-o» y el femenino es con «-a» excepto… que decir que «normalmente los nombres que acaban en -o son masculinos y los que acaban en -a son femeninos; sin embargo, la lengua es tan rica que algunas palabras funcionan de otro modo, pero habrá otros elementos que nos digan cuál es el género de la palabra». Quizá les mentimos un poco, pero es una manera más amable de enfrentarnos a este «problema» pasajero.
En conclusión, creo que deberíamos todos esforzarnos (y colaborar) en crear un corpus didáctico que no trate a nuestros alumnos de manera condescendiente, que confíe en su capacidad de comprensión. Debemos poner coto a las explicaciones plagadas de excepciones y buscar la manera de iluminar algo que, de por sí, es complejo debido a su enorme riqueza. En ello estamos.
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